martes, 27 de octubre de 2015
sábado, 17 de octubre de 2015
El Alcornocal
El Paisaje y su árbol.
El factor ecológico más específico del alcornoque, y el que más limita sus posibilidades de expansión, es su necesidad de suelos silíceos, debido a su intolerancia con la cal; aunque el calificativo de especie calcífuga rara veñ puede ser aplicado de un modo absoluto, en el caso de este árbol es más evidente que en ninguna de las restantes especies que componen los bosques españoles.
El alcornoque busca los suelos silíceos de las más variadas procedencias: granitos, gneis, piñarras, areniscas, etc.; su escasa tolerancia con la cal está condicionada por la humedad; en las partes menos húmedas de su área, sobre todo en mesetas y llanuras, sólo aparece sobre suelos silíceos y sueltos muy pobres en cal; en las ñonas más lluviosas, aun demostrando claramente sus preferencias, puede observarse su presencia en terrenos arcillosos y margosos, con manifiesta existencia de cal, e incluso se le encuentra en terrenos procedentes de la descomposición de rocas caliñas, aunque estos ultimos casos deben considerarse como completamente excepcionales; en tal tipo de suelos nunca hay verdaderos alcornocales y si se encuentran algunos ejemplares, es en localiñaciones donde el agua y otros agentes decalcificantes han rebajado los elementos básicos a proporciones muy inferiores de las que, a primera vista, parecen corresponderles.
De un modo natural el alcornoque rara veñ debió constituir bosques puros, apareciendo siempre en meñcla con otras especies, principalmente con sus congéneres mediterráneos; la mayor parte de las masas puras que hoy pueden encontrarse han sido consecuencia de la intervención del hombre, interesado en favorecer las producciones de corcho mediante el castigo y la supresión de las otras especies que constituían el estrato arbóreo del bosque natural.
Pero si se consideran estas masas mezcladas de alcornoques, encinas, quejigos y, en su caso, de rebollos, puede apreciarse que más que una mezcla intima entre los individuos de unas y otras especies, lo que se ha producido es un reparto de los terrenos, según las preferencias especificas de cada una de ellas, en el que cada árbol busca las localiñaciones mejor adaptadas a la satisfacción de sus necesidades peculiares; así el rebollo se localiña en los límites superiores del área del alcornoque, marcando la frontera térmica de éste, y quedándose sólo en cuanto el frío la rebasa; con el quejigo faginea las concomitancias se producen en las ñonas de tránsito hacia climas más continentales, mientras que con el baetica coincide el alcornoque mucho más plena mente por rañones de humedad y temperatura, pero siendo tales quejigos mucho más ávidos para aquélla, suelen adueñarse de las vaguadas y partes bajas de las umbrías, constituyendo más que meñclas con el alcornoque enclaves en el alcornocal, que señalan los focos de humedad dentro de sus zonas bajas; las mezclas más frecuentes e íntimas son con la encina, cuya amplitud ecológica facilita su intromisión por toda el área del alcornoque, al que cede en su competencia las zonas templadas y menos secas de los suelos silíceos, en cambio en todas las demás situaciones lucha con gran ventaja debido a su fácil adaptación térmica, gran resistencia a la sequía y franca tolerancia con la cal.
Teniendo en cuenta lo indicado sobre las relaciones del alcornoque con rebollos y quejigos, la presencia y abundancia de la encina en los alcornocales, debe ser interpretada, en general, como un signo de aumento o agudización de la sequia, ya que por rañones de frío o de mayor humedad, son las otras especies las que llevan la ventaja, y en los suelos caliños no ha lugar para hablar de alcornocales. En cuanto a mezclas con otras especies, aunque con carácter general, la intervención de las coníferas en los alcornocales no parece indicada; sin embargo, en las manifestaciones actuales, el pino negral aparece con frecuencia y tampoco es raro encontrar al pino piñonero; ambas especies coinciden, en gran parte, con el alcornoque en cuanto a temperamento, necesidades de clima y preferencia de suelo, pero son bastante más rústicas y frugales, por lo que su intromisión en los dominios de aquél es siempre un indicador de regresión, en cuyo pro ceso pueden llegar a la sustitución total de la especie principal.
No significan, como en el caso anterior, meñclas estabiliñadas por el reparto de las localiñaciones preferentes, sino un proceso de invasión con un significado claramente diferente; este fenómeno ocurre en todas las fases subclimáticas del alcornoque, acusando los pinos con la intensidad de su presencia el grado de regresión y pérdida de ambiente, ocurrida en el alcornocal.
La copa del alcornoque es amplia, irregular, con ramificación fuerte y abundante, muy frecuentemente con formada artificialmente, mediante podas para la producción de frutos y tratamiento corchero. Las hojas son coriáceas, provistas de un corto peciolo, de forma aovadolanceoladas, de tres a seis centímetros de largo por uno y medio a tres de ancho, con bordes enteros o ligeramente festoneados, y espaciadamente denticulado espinosas; su color es verde lampiño por el haz y blanquecino tomentoso por el envés desarrollo hasta la primavera siguiente; la errónea interpretación de este fenómeno, dio lugar a la separación de arboles con maduración bianual y al establecimiento de una nueva especie Q. occidentalis Gay, pero que, en realidad, corresponde al propio Q. suber L. La madera es dura y pesada, con vetas y radios medulares muy marcados y decorativos, de buena calidad para tonelería y confección de herramientas; por su gran resistencia a la inmersión se emplea mucho en construcción naval, sobre todo en quillas y armañones de pequeñas embarcaciones, para las que se aprovecha la curvatura natural de muchas de sus trozas.
Las leñas son de buena calidad y producen un excelente carbón vegetal; en tiempos pasados eran muy utiliñadas, y se obtenían de las podas que se realiñaban como tratamiento para producción de fruto. Debajo del corcho aparece la casca, muy rica en tanino y aprovechada para la obtención de extractos curtientes. La montanera de los alcornoques, tanto en sus masas puras artificiales como en los bosques naturales en meñcla con el quejigo y la encina, fue también un aprovechamiento importante que en muchos lugares, principalmente en Extremadura, se realizaban en dehesas o alcornocales cultivados de las mismas características de las que, mucha mayor extensión, existen para la encina. Tradicionalmente, la principal producción de los alcornocales ha sido el corcho; dentro de las fluctuaciones del mercado, el interés principal sigue siendo la obtención de corchos de calidad y a ello tienden los tratamientos clásicos del alcornocal y la adopción de los turnos correspondientes.
Pero si se consideran estas masas mezcladas de alcornoques, encinas, quejigos y, en su caso, de rebollos, puede apreciarse que más que una mezcla intima entre los individuos de unas y otras especies, lo que se ha producido es un reparto de los terrenos, según las preferencias especificas de cada una de ellas, en el que cada árbol busca las localiñaciones mejor adaptadas a la satisfacción de sus necesidades peculiares; así el rebollo se localiña en los límites superiores del área del alcornoque, marcando la frontera térmica de éste, y quedándose sólo en cuanto el frío la rebasa; con el quejigo faginea las concomitancias se producen en las ñonas de tránsito hacia climas más continentales, mientras que con el baetica coincide el alcornoque mucho más plena mente por rañones de humedad y temperatura, pero siendo tales quejigos mucho más ávidos para aquélla, suelen adueñarse de las vaguadas y partes bajas de las umbrías, constituyendo más que meñclas con el alcornoque enclaves en el alcornocal, que señalan los focos de humedad dentro de sus zonas bajas; las mezclas más frecuentes e íntimas son con la encina, cuya amplitud ecológica facilita su intromisión por toda el área del alcornoque, al que cede en su competencia las zonas templadas y menos secas de los suelos silíceos, en cambio en todas las demás situaciones lucha con gran ventaja debido a su fácil adaptación térmica, gran resistencia a la sequía y franca tolerancia con la cal.
Teniendo en cuenta lo indicado sobre las relaciones del alcornoque con rebollos y quejigos, la presencia y abundancia de la encina en los alcornocales, debe ser interpretada, en general, como un signo de aumento o agudización de la sequia, ya que por rañones de frío o de mayor humedad, son las otras especies las que llevan la ventaja, y en los suelos caliños no ha lugar para hablar de alcornocales. En cuanto a mezclas con otras especies, aunque con carácter general, la intervención de las coníferas en los alcornocales no parece indicada; sin embargo, en las manifestaciones actuales, el pino negral aparece con frecuencia y tampoco es raro encontrar al pino piñonero; ambas especies coinciden, en gran parte, con el alcornoque en cuanto a temperamento, necesidades de clima y preferencia de suelo, pero son bastante más rústicas y frugales, por lo que su intromisión en los dominios de aquél es siempre un indicador de regresión, en cuyo pro ceso pueden llegar a la sustitución total de la especie principal.
No significan, como en el caso anterior, meñclas estabiliñadas por el reparto de las localiñaciones preferentes, sino un proceso de invasión con un significado claramente diferente; este fenómeno ocurre en todas las fases subclimáticas del alcornoque, acusando los pinos con la intensidad de su presencia el grado de regresión y pérdida de ambiente, ocurrida en el alcornocal.
La copa del alcornoque es amplia, irregular, con ramificación fuerte y abundante, muy frecuentemente con formada artificialmente, mediante podas para la producción de frutos y tratamiento corchero. Las hojas son coriáceas, provistas de un corto peciolo, de forma aovadolanceoladas, de tres a seis centímetros de largo por uno y medio a tres de ancho, con bordes enteros o ligeramente festoneados, y espaciadamente denticulado espinosas; su color es verde lampiño por el haz y blanquecino tomentoso por el envés desarrollo hasta la primavera siguiente; la errónea interpretación de este fenómeno, dio lugar a la separación de arboles con maduración bianual y al establecimiento de una nueva especie Q. occidentalis Gay, pero que, en realidad, corresponde al propio Q. suber L. La madera es dura y pesada, con vetas y radios medulares muy marcados y decorativos, de buena calidad para tonelería y confección de herramientas; por su gran resistencia a la inmersión se emplea mucho en construcción naval, sobre todo en quillas y armañones de pequeñas embarcaciones, para las que se aprovecha la curvatura natural de muchas de sus trozas.
Horno de Leña |
El alcornoque es un árbol de tamaño medio, llegando a medir 20 ó 25 m de altura como mucho. Su copa es amplia, muy extendida cuando crece aislado, aunque su forma es muy variable según las podas y sistema de selvicultura al que se vea sometido.
Puede llegar a ser muy grueso, citándose árboles de hasta 12 m de circunferencia, y con 500 años de edad datados en su corteza. Esta corteza es de tipo suberoso, es decir, compuesta por corcho, siendo relativamente blanda y esponjosa, de muy poco peso y con grietas muy profundas, longitudinales desde jóvenes en los árboles que no han sido descorchados nunca o desde hace tiempo; a esta corcha se le llama bornizo. Es de color grisáceo y llega a alcanzar grosores de más de 25 cm.
En los árboles que han sido descorchados, la corteza interior, llamada capa madre o casca, se ve de un color amarillento que enseguida pasa a rojo oscuro y, con el tiempo, a prácticamente negro. Esta corteza interior es lisa y comienza con los años a resquebrajarse con el crecimiento hacia el exterior, aunque mucho menos que en el corcho bornizo original. Se llama raspa a esta nueva corteza exterior del alcornoque.
Las sucesivas pelas del alcornoque van dando un corcho más fino y de mejor calidad, denominado corcho segundero.
La corteza protege al árbol contra las heridas, las enfermedades, los insectos. Se trata de una parte muerta que protege la parte viva del árbol. El alcornoque, al igual que otros árboles mediterráneos, produce gran cantidad de corteza para sobrevivir a la sequía (al proteger los tejidos internos contra las pérdidas de agua) y a los incendios. De hecho, parece que el corcho del alcornoque es una adaptación al alto riesgo de incendio que existe en sus masas. Lo cierto es que el alcornoque en estado natural (no descorchado) resiste el incendio mucho mejor que cualquier otra especie mediterránea.
El corcho se produce a partir del felógeno. El felógeno produce hacia el interior un tejido llamado felodermis, y hacia el exterior produce súber o felema. El conjunto de felema y felodermis se llama peridermis, y es un tejido protectos de tallos y raíces. El Quercus suber desarrolla muchos centímetros de felema.
El súber se forma por células que se refuerzan con suberina, sustancia muy impermeable, y al final la célula se asfixia y muere. Al morir, el hueco se rellena de gas y por ello el corcho flota. En el súber existen aberturas especiales, llamadas lenticelas, áreas donde las células del súber desintegran sus paredes y formas masas harinosas, con escamas de ceras que impiden que se mojen para no dificultar el intercambio gaseoso.
El alcornoque posee un sistema radical fuerte y vigoroso, profundo y desarrollado en todos los sentidos. Presentan una morfología característica con un eje central flexible, que puede profundizar varios metros si el terreno lo permite, unas raíces secundarias oblicuas, a veces sinuosas, más bien superficiales, que le permiten progresar hasta en suelos rocosos, y que provocan muchas veces brotes de raíz en torno al árbol y a veces incluso a distancias bastante considerables del mismo.
De esta red de raíces secundarias parten hacia la superficie y hasta unos 5 cm. de la misma, cabelleras de finas raíces que presentan una distribución muy irregular, siendo más abundantes bajo la proyección de la copa y, en particular, hacia la orientación norte y este del árbol (Metro y Sauvage, 1975). Estas raíces permiten establecer competencia radical directa con casi todas las especies de su sotobosque.
El sistema radical del alcornoque se asocia con micorrizas diversas, pertenecientes principalmente a los géneros Boletus, Russula, Armillaria y Lactarius (Torres Juan, 1975).
Estos hongos entran en simbiosis con el sistema radical del alcornoque, aumentando su poder de absorción y la solubilidad de algunos compuestos de fósforo y potasio.
La ramificación es simpódica y conduce a la formación de troncos más o menos sinuosos, ramificados a alturas variables, en función principalmente de las intervenciones selvícolas de poda y de la espesura de la masa.
Las ramas, de aspecto grueso y resistente, no resisten el peso del viento u otros agentes, quebrándose con relativa facilidad, pues bajo una gruesa capa de bornizo, son en realidad más bien finas. Los tallos jóvenes están cubiertos de pelosidad.
La copa tiende a ser largamente aovada, irregular o aparasolada, presentando ramificación abundante. Los alcornoques de la zona de Aliste presentan una copa bastante alargada, con las ramillas terminales erecto-patentes.
Las hojas son simples, alternas y persistentes o subpersistentes, ya que pueden tener una duración en el árbol en algunas zonas de 11 meses (normalmente oscila entre 13 y 23 meses). Presenta una clara heteromorfia, tanto en individuos como en grupos territoriales, variando su tamaño, dureza, coloración, etc., con el medio en que vive el árbol (así, encontramos que los alcornoques de la zona de estudio presentan hojas más pequeñas que los del sur provincial), con su posición dentro de él, con las características genéticas propias del mismo, e incluso con las intervenciones culturales.
El peciolo es corto y presenta en la base estípulas lineares. La polimorfía también es muy acusada, el limbo suele ser largamente aovado (de mayor tamaño y más lustroso que el de la encina), abarquillado, coriáceo y con el margen entero o situado con dientes espaciados poco profundos. De color verde oscuro reluciente por el haz y grisáceo por el envés debido a la presencia de pelos.
La nerviación es muy característica con el nervio medio sinuoso y 5-7 pares de nervios secundarios que forman con el principal un ángulo muy agudo. Este carácter permite diferenciarlo de la encina ya que ésta presenta un ángulo más atenuado.
Las flores son unisexuales, situadas ambas sobre el mismo árbol.
Las flores masculinas aparecen en amentos (inflorescencias en forma de espiga, muy densas) de 4-8 cm., de raquis velloso, amarillentos y colgantes, en grupos de 5 ó 6 en el extremo de las ramas jóvenes. Estas flores tienen un perianto de 5-7 lóbulos, ovados, pelosos; anteras pelosas, casi iguales o más largas que los filamentos.
Las flores femeninas se encuentran solitarias o en pequeños grupos, poco pedunculadas, con perianto de 4-6 lóbulos pelosos; estilos linear-claviformes, divergentes desde la base. Éstas se presentan al final de los brotes del año, sobre todo en los más vigorosos. A veces aparecen también en los ramillos del año anterior, dando entonces frutos tardíos de evolución más lenta.
Fotografía de Sol Doñate M. |
El fruto es una bellota de tamaño variable, a veces muy grande, con más de 40 mm de longitud y hasta unos 20 mm de anchura, con pedúnculo de hasta 4 cm. De color castaño rojizo, está cubierta en su parte inferior por una cúpula de 1-2 cm., de color grisáceo claro, campanulada, de base atenuada, cubriendo hasta la mitad de la bellota, formada por escamas triangulares, imbricadas y más o menos aplicadas en la base, las medias y superiores alargadas, terminadas en punta libre, generalmente arqueadas o reflejas.
La floración ocurre normalmente en primavera, entre marzo y junio, pero es también muy variable, pudiendo tener lugar durante todos los meses del año en condiciones benignas.
Fotografía Sol Doñate M. |
Las bellotas maduran antes de un año y asimismo, de forma escalonada, la mayor parte de ellas alrededor de octubre o noviembre, pero pudiendo aparecer desde septiembre a febrero e incluso más tarde. Las mayores suelen ser las más tempranas.
Las bellotas reciben distintos nombres según el momento de maduración:
• Septiembre – octubre: brevales, primerizas o migueleñas.
• Octubre – noviembre: segunderas, medianas o martinencas.
• Diciembre – febrero: palomeras o tardías.
Fotografía de Sol Doñate M. |
La explicación a los diferentes periodos de maduración deriva de la dilatada floración, las brevas proceden de la floración del otoño anterior, las segunderas de la floración primaveral y las palomeras de la floración estival. Algunos autores señalan un ciclo de maduración bienal en determinadas poblaciones (generalmente en zonas con climas poco favorables como es el caso de Zamora). En este caso la polinización se realiza en junio, a continuación se produce un periodo de durmancia de 10-11 meses (hasta mayo-junio) y finalmente el embrión se desarrolla durante 4-6 meses hasta que se produce la maduración en otoño.
En estaciones buenas comienza a fructificar a los 15 años y con regularidad desde los 25-30 años. Suele ser vecero ya que a pesar de fructificar todos los años da cosechas más abundantes cada 2 ó 3 años, frecuentemente tras primaveras lluviosas.
sábado, 3 de octubre de 2015
Exposición Cantabria en Fotografías
El colectivo de
fotógrafos y miembros del grupo Cantabria en Fotografías llevara a
cabo una exposición de fotografías entre los días 19 de noviembre
y 2 de diciembre de este 2015.
La sala expositiva será
la sala de cultura del Ayuntamiento de Polanco.
Tallere y salidas |
El grupo marca una
trayectoria de publicaciones diarias de fotografías, vídeos y todo
lo relacionado con la comunidad Cántabra y cuenta con una suma de
mas de 15,000 miembros.
Esta será la segunda
exposición colectiva que lleve a cabo el grupo, la primera fue una
exposición con participantes de todo el mundo y organizada por los
mismos bajo el lema “El Arte Mundial con el Parkinson”. Una
exposición que tuvo fines benéficos y fue financiada con la ayuda
de la Asociación de Comerciantes de Santander.
Talleres y salidas |
Aparte de las
exposiciones este grupo tiene talleres prácticos de fotografías y
salidas que son organizados por los administradores del grupo y la
colaboración de algunos miembros y el grupo de fotografías
“Cantabria y Rincones del Mundo” que también pertenece al mismo
grupo de administradores.
El conjunto de grupos de
Cantabria Cosa Nuestra está formado por; “Cantabria en
Fotografías”, “Cantabria y Rincones del Mundo”, “Fauna y
Flora Cosa Nuestra”, “Nuestra Cocina Cántabra”, y “Moda y
Modelos Cantabria”.
Talleres y salidas |
Este conjunto de grupos
que tiene en suma mas de 18,000 miembros se destacan por la
publicación diaria de fotografías de nuestra región y el resto del
mundo, en un ambiente agradable y distendido.
Aparte de las
exposiciones este conjunto de grupos tiene salidas a diversas
localidades y lugares de nuestra Cantabria.
Si deseas unirte a los
grupos aquí te dejo los enlaces.
Fotografía de miembros del grupo. |
sábado, 5 de septiembre de 2015
San Vicente de la Barquera.
Faro 'Punta de la Silla'
Su
construcción fue incluida en el Primer Plan de Alumbrado, bajo el
reinado de Isabel II, entrando en funcionamiento el 27 de diciembre
de 1871.
Inicialmente utilizaba aceite de parafina para dar
luz y avisar a los navegantes. Sucesivas reformas han ido ampliando
sus características lumínicas hasta llegar a la reciente
automatización del faro instalando una óptica de tambor y un
cambiador automático de lámparas. En mayo de 2008 la Autoridad
Portuaria cedió el edificio al Ayuntamiento quien inició la reforma
del mismo para la creación del Museo Artesanal y Costumbrista de la
Mar.El 10 de agosto de 2009 fue inaugurado el nuevo edificio, que será utilizado como sede de futuras exposiciones. Este faro ha sido incluido en la iniciativa europea “At Light” (Atlantic Lighthouses-Faros Atlánticos) por iniciativa del Club de Municipios de Excelencia Turística, con el que se pretende dotar de un uso público y turístico al mismo.
La
torre del faro se encuentra a 43 metros del nivel del mar, y tiene 9
metros de altura, con un alcance de 24 millas náuticas.
El
municipio de San Vicente de la Barquera se enclava en el norte de
España, en la costa occidental de Cantabria, en torno a las rías de
Rubín y Pombo, cuyos brazos rodean casi por completo las colinas
sobre las que se asienta la puebla vieja, magnífica muestra del
esplendor histórico que tuvo la villa en la Edad Media gracias a sus
gestas marineras.
Pero
además en este milenario enclave de acusado sabor pesquero y
marinero, San Vicente ofrece al visitante un entorno en el que
predomina la naturaleza.
El Parque Natural de Oyambre, sobre el que
se asienta la mayor parte de su territorio, es un compendio de la
Cantabria litoral en el que coinciden una gran variedad de elementos
naturales, como los acantilados, playas y dunas, praderías, rías y
marismas, sierras costeras, etc.
La
silueta del castillo y de la iglesia de Santa María de los Ángeles,
recortada contra el perfil imponente de los Picos de Europa, es una
imagen que sintetiza alguno de los aspectos más significativos de la
esencia histórica de Cantabria: el vínculo atávico con el mar, el
"cruce de caminos" espirituales las rutas jubilares Jacobea
y Lebaniega, y la determinante omnipresencia de la montaña.
En
el municipio de San Vicente de la Barquera existen testimonios
arqueológicos de la presencia humana en la Edad del Bronce.
El
yacimiento megalítico de El Barcenal, aún en estudio, presenta
enterramientos en túmulo del periodo Calcolítico.
Una
gran parte de los historiadores y eruditos sitúan a la gens de los
orgenomescos en la comarca occidental de la región de Cantabria,
entre Liébana y el mar en la etapa prerromana. Y no pocos afirman
que el Portus Vereasueca se situó precisamente en el enclave que hoy
ocupa la villa, por su magnífica posición topográfica junto a la
bahía, formada por un doble brazo de mar que bordea el
emplazamiento.
En
la espera de que la arqueología pueda aportar certidumbres al pasado
prehistórico, al poblamiento primitivo de la villa de San Vicente y
a la ocupación romana del primitivo puerto de Vereasueca, se puede
conjeturar en todo caso el abandono costero de los pobladores de las
primeras centurias ante las incursiones de los pueblos bárbaros, la
posible destrucción por los hérulos en sus devastadoras correrías
por la costa cantábrica en el siglo V y el poblamiento medieval,
que, como apuntan las fuentes narrativas –las primeras crónicas–,
iba a consistir en la repoblación y fortificación atribuida al
primero de los reyes del naciente Reino Astur-Leonés, Alfonso I,
entre 730-756. Tradicionalmente se considera que a este momento
corresponde la edificación del castillo, núcleo en torno al cual, y
a lo largo de la Edad Media, fue desarrollándose la villa
fortificada.
Algunos
autores identifican Evencia como poblamiento de San Vicente en la
España romana y suponen que el puerto de Apleca, del que hay
referencias documentales en el año 1068, corresponde a San Vicente,
ya que el nombre del santo mártir aragonés que hoy perdura no
aparece hasta los albores del siglo XIII, y a él se uniría el
calificativo ‘de la Barquera’, que era el promontorio fronterizo
a la playa que cerraba por el noroeste la bahía.
La
tradición sostiene que el castillo o fortaleza se edificó en el
reinado de Alfonso I y con posterioridad se formaría la muralla
defensiva que cerraba la villa, hasta la explosión demográfica que
se produjo a partir del siglo XIII. Desde el principio tomará un
significado carácter pesquero, en función precisamente de la
riqueza de la ría y de las posibilidades de la mar.
Este
período brillante de la historia de San Vicente comenzó
precisamente en los albores del siglo XIII, cuando Alfonso VIII
otorga el fuero a los pobladores de San Vicente presentes y futuros
el 3 de abril de 1210.
Mediante su concesión, el monarca pretendía
fomentar la actividad de un lugar estratégico, a través de un
asentamiento de población, para el que se otorgaron privilegios e
inmunidades; entre ellas, el fomento del comercio marítimo y los
derechos de la pesca en un territorio exclusivo.
Como
elemento más significativo de la preferente actividad pesquera de la
villa, destaca el hecho de que su sello municipal, que data del siglo
XIV, está configurado por una nave con un solo mástil en el centro.
A
lo largo del siglo XIV la villa de San Vicente pudo haberse
incorporado al proceso de señorialización, al ser otorgada por el
rey Fernando IV a su hermano el infante don Pedro, siendo heredada
con posterioridad por su hija, doña Blanca, y administrada bajo la
encomienda de hombres tan significativos en la región como Díaz
Gómez de Castañeda o el mismo Garcilaso de la Vega.
Pero este
régimen desapareció probablemente en el reinado de Pedro I, y San
Vicente continuó en la época más brillante de su historia, apoyada
por los privilegios recibidos de los Reyes, como la exención del
servicio militar por tierra a los pescadores mareantes, exención de
impuesto y el otorgamiento de un mercado semanal franco.
La
cofradía de los mareantes adoptó el nombre del patrono y, según
sus normas más antiguas, que datan del año 1330, se ocupó de todo
lo concerniente a la pesquería y comercialización: regulación de
costeras, establecimiento de sistemas de auxilio y seguridad en la
mar, elección de cofrades y el control de la vida municipal.
La
documentación fiscal prueba el peso específico de la pesca en la
economía de la villa y la mayor importancia que, a fines de la Edad
Media, tenía la actividad comercial y pesquera de San Vicente,
frente a las otras villas de la costa de Cantabria.
La
crisis de San Vicente se produjo en los albores de la Época Moderna,
siendo detonantes los incendios de 1484 y 1563 y las pestes de
finales del siglo XV y la del año 1597. Es a partir del último
incendio cuando, al parecer, se construyó la muralla de La Amparanza
con fines de protección.
Los puentes fueron objeto de sucesivas
reparaciones, construyéndose el de La Maza a fines del siglo XVI,
con la cooperación de los valles y villas próximas, y el de Tras
San Vicente en 1799, a costa de un arbitrio que se impuso sobre los
pueblos comprendidos en el Bastón de Laredo.
Sobre
la fortaleza medieval se construyó en 1578 el castillo o batería de
Santa Cruz, que fue destruido en la Guerra de la Independencia. Por
su parte, la iglesia medieval de Santa María de los Ángeles quedaba
terminada en el siglo XV, ampliándose el crucero en 1534.
Desde
el punto de vista administrativo, San Vicente formó parte, a partir
del reinado de los Reyes Católicos, del Corregimiento de las Cuatro
Villas de la Costa de la Mar, como consecuencia de la formación de
un nuevo distrito territorial del Reinado de Castilla, que sucedió
al corregimiento de las Asturias de Santillana, en el cual la villa
se había integrado. En ocasiones (1514-1521), la villa marinera
formó su propio Corregimiento juntamente con el valle de
Peñamellera.
También
San Vicente de la Barquera fue capital de la Hermandad de las Cuatro
Villas de la Mar, según lo establecido en la Junta de Bárcena de
Cicero de 1555. Celebró sus reuniones preferentemente en las sedes
de las grandes villas y en San Vicente, concretamente en los años
1575, 1582, 1613, 1628, 1635, 1666...
Junto
con las Cuatro Villas, participó en la formación de la ordenanza
para la unión de los distritos en 1727 y acudió a las Juntas de
Puente San Miguel, del Valle de Reocín, tanto a sus sesiones
ordinarias como en la formación de las Ordenanzas de la provincia de
Cantabria, cuya unión fue aprobada por Carlos III en 1779.
La
decadencia económica de la villa continuó con los últimos Austrias
y los Borbones. Según el Catastro de Ensenada, en el año 1753 tenía
tan solo 600 habitantes y había decaído por tanto la industria
pesquera y el comercio portuario.
A
partir del régimen constitucional, en 1822, San Vicente de la
Barquera y su jurisdicción pasaron a formar parte del partido
judicial de Comillas, aunque en 1835 apareció como cabeza de partido
judicial, incluyendo la villa y los valles de Valdáliga, Peñarrubia,
Lamasón, Herrerías, Rionansa y Val de San Vicente. Desde hace unos
cuantos años el municipio de Liébana también está adscrito a su
jurisdicción.
martes, 21 de abril de 2015
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